jueves, 22 de febrero de 2018

Vehículo de noticias basura. Oligopolios sin control. Datos expuestos como en un supermercado...Como definir las #redessociales

“Los inventores de esto, tanto yo, como Mark [Zuckerberg], como Kevin Systrom [Instagram] y toda esa gente, lo sabíamos. A pesar de ello, lo hicimos”.


Parker se declaró ese día objetor de las redes sociales. Culminó su intervención con una frase inquietante: “Solo Dios sabe lo que se está haciendo con el cerebro de los niños”.

Hubo un tiempo en el que al que renegaba de estas plataformas se le tachaba por defecto de resistente al cambio, de viejuno. Ese tiempo pasó. Una auténtica tormenta se está desatando en torno al papel que desempeñan las redes sociales en nuestra sociedad. Y son grandes popes de Silicon Valley los que han empezado a alzar la voz. Se acusa a Facebook y Twitter de haberse convertido en espacios que crispan el debate y lo contaminan con información falsa. Circula ya la idea de que hay que deshabituarse en el uso de unas plataformas diseñadas para que pasemos el máximo tiempo posible en ellas, que crean adicción; las redes (combinadas con el móvil) como invento contaminante, adictivo, el nuevo tabaco. Un problema de salud pública. Un problema de salud democrática.

El grupo de arrepentidos de las redes se ha ido nutriendo en los últimos meses. El pasado 12 de diciembre, un exvicepresidente de Facebook, Chamath Palihapitiya, aseguraba que las redes están “desgarrando” el tejido social. “Los ciclos de retroalimentación a corto plazo impulsados por la dopamina que hemos creado están destruyendo el funcionamiento de la sociedad”, declaró en un foro de la Escuela de Negocios Stanford. El 23 de enero, Tim Cook, consejero delegado de la todopoderosa Apple, afirmaba que no quería que su sobrino de 12 años tuviera acceso a las redes sociales. El 7 de febrero, el actor Jim Carrey vendía sus acciones de la plataforma y animaba a boicotear Facebook por su pasividad ante la interferencia rusa en las elecciones.

La percepción que tenemos de las redes ha mutado. Nacieron como un instrumento para conectar con amigos y compartir ideas. Paliaban el supuesto aislamiento que generaba Internet. Se convirtieron en una fuerza democratizadora al calor de la primavera árabe. Parecían una herramienta perfecta para el cambio social, empoderaban al ciudadano. “Daban voz a los que no tenían voz”, recalca en conversación telefónica desde Reino Unido Emily Taylor, ejecutiva del Oxford Information Labs que lleva 15 años trabajando en asuntos de gobernanza en la Red. “En tan solo siete años, todo ha cambiado. Preocupan esas campañas políticas de anuncios dirigidas a alterar los procesos electorales”.

El usuario lee lo que le mandan sus amigos y la gente que le es afín ideológicamente: un estudio publicado en la revista científica norteamericana PNAS y que analizó 376 millones de interacciones entre usuarios de Facebook concluyó que la gente tiende a buscar información alineada con sus ideas políticas. “Si Facebook te filtra la información”, opina la investigadora de redes Mari Luz Congosto, “al final solo te muestra una visión de los hechos, te la refuerza y, por tanto, te radicalizas”.

El modelo de negocio también está detrás del problema de la adicción a las redes, diseñadas para enganchar al usuario. Algún día puede que tengan que responder por ello, como lo tuvo que hacer la industria del tabaco.

Personas esclavizadas por su perfil, por la imagen que deben dar a sus seguidores; chicas que con el paso del tiempo se fotografían cada vez con menos ropa en Instagram para conseguir más likes; adolescentes que no se despegan del teléfono por la cantidad de mensajes a los que se ven obligados a contestar y cuya amistad parece evaluarse en términos de rayitas que marcan sus interacciones en Snapchat. La lista de críticas al impacto social de estas plataformas es variada.

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